sábado, 12 de diciembre de 2009

Cerezas

ACTO I

Transcurría la primavera de 1977, en un lugar de la Mancha cuyo nombre recuerdo perfectamente: Cañada Juncosa, (municipio de apenas quinientos habitantes). Al filo del mediodía, Guillerma, extraordinaria mujer de pequeña estatura y enorme corazón sale de su casa. La acompaña, cogido a una de sus manos, su hijo Juan, de apenas cinco años. Con su otra mano agarra una garrafa de cristal con capacidad para diez litros. Van a casa de la Laura, en cuyo patio hay un pozo de agua, según parece apta para el consumo y de buen paladar. A estas alturas de siglo XX, en este rincón del mundo, todavía no hay agua potable que se derrame al abrir un grifo, ni alcantarillado, ni tantas otras cosas… Al entrar por la puerta del patio algo llama la atención de ambos. Justo antes de llegar al pozo, a mano derecha, se alza majestuoso un cerezo que, en esa época del año parece dudar entre decantarse por el verde o por el rojo como tonalidad predominante. Hay cerezas por todas partes y el espectáculo es simplemente espléndido. Guillerma suelta la mano del pequeño y alarga su brazo para coger un par de cerezas que inmediatamente entrega a su hijo. Éste, tan reticente a ingerir cualquier cosa que no sea un vaso de leche o una loncha de jamón york, no duda en echárselas a la boca y enseguida un torbellino de sensaciones inunda su paladar -"están buenísmas"-. Poco rato después ambos regresan a casa. Ahora ella necesita ambas manos para transportar la garrafa llena de agua y él camina peculiarmente a su lado. El trayecto es corto pero suficiente para conversar sobre lo buenas que están las cerezas y sobre lo fantástico que sería tener un cerezo en casa para poder comer tantas como quisieran.


ACTO II


En otro lugar de la Mancha cuyo nombre, ahora que el siglo XX agoniza, es Cañadajuncosa (localidad de apenas trescientos habitantes). Josele, un agricultor de indudable nobleza y trabajador incansable tiene dificultades para transplantar a su huerto, situado a las afueras del pueblo, un esqueje de cerezo que quizás algún día agradezca debidamente el esfuerzo realizado. Sus fuerzas ya no son las de antes. Tiene más de sesenta años y lleva trabajando desde los diez. Él, que siempre había presumido de su extraordinaria salud, es consciente de que algo no marcha bien en su organismo. Apenas puede levantarse del sofá, las rodillas parece que se vayan a quebrar en cualquier momento y su desgastado calzado confirma que arrastra lamentablemente los pies al caminar. Su estado anímico es todavía peor. Su esposa Guillerma, con la que ha compartido la mayor parte de su vida ya no está. Murió un verano de infausto recuerdo hace poco (tanto) tiempo, dejando un inmenso vacío que ninguno de sus cuatro hijos sabrá nunca llenar. A pesar de todo Josele persevera en su esfuerzo y finalmente el proyecto de cerezo queda transplantado en el huerto con la certeza de que no le podrá dar los cuidados mínimos necesarios. Junto a una acequia por la que ya no pasa agua, seguramente demasiado vulnerable al viento, al frío, a los abundantes pájaros que habitan la zona y a la sombra de los impresionantes olmos que bordean la acequia y que no parecen muy dispuestos a ceder los rayos de luz solar necesarios para que el pequeño cerezo llegue algún día a culminar su ciclo vital.



ACTO III


Es primavera del año 2006 en una ciudad a orillas del Mediterráneo que parece enloquecer a ritmo de ladrillo: Creo que se llama Valencia, (ciudad de casi un millón de habitantes). Juan, un joven de treinta y pocos años a quien la vida no está tratando demasiado bien, permanece sentado en su silla en el comedor de su apartamento ubicado en una de las zonas más chic de la ciudad. Atraviesa sin duda una etapa complicada. Todo parece salir mal. Su salud es más que precaria y frecuentemente piensa en sus padres que desgraciadamente ya no están. De repente, el ring del teléfono le saca de sus pensamientos. Descuelga y al otro lado de la línea escucha, claramente emocionada, la voz de su hermana Montse:

- ¡Juan! Me han llamado del pueblo y … ¿sabes qué? El cerezo que plantó Papa… ¿recuerdas?... que me han dicho que está plagado de cerezas!... Dicen que tiene un montón y que a ver si podemos ir pronto porque no durarán demasiado. … No sé, te he llamado porque pienso que te haría mucha ilusión. Yo estoy emocionada.

Yo también estoy emocionado. ¡Vaya si lo estoy! Es… genial! El mejor regalo que nunca podré recibir. Es un acontecimiento que simboliza tantas cosas que aún no puedo digerir… Es mi vida y la de los míos proyectadas gracias a la perseverancia del hombre y de la naturaleza, es tantas cosas…

Gracias a nuestra prima, que pasó el último fin de semana en el pueblo, nos han llegado dos cajas rebosantes de cerezas, que incluso podrían ser etiquetadas de “ecológicas”, pero que yo, particularmente, prefiero denominar “MAGICAS”. ¿Quieres probar una?


Primavera 2006